Hi,my name is

Tengo un enojo irracional con la gente que se llama igual que yo. Amo mi nombre, es el más lindo del mundo, y lo eligió mi mamá con tanto amor, y tiene un significado re profundo. Va TAN bien con mi signo del zodíaco, con mi personalidad, lo amo. Tanto, que simplemente la persona que tenga EL MISMO que yo, me cae mal. O no tanto, pero...no sé, molesta.
La diferencia entre la mentira y la fe, es que cuando mentimos creemos en algo que sabemos que no es verdad, y cuando tenemos fe, creemos en algo que es inverificable.

El problema no es sentirse estúpido, sino darse cuenta de que los demás se resignaron a que así es. Pero el mayor problema de la estupidez, es que no se sabe medir las consecuencias que ésta ocasiona.

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Cuando la mentira es engendrada de una necesidad, es justo ser condenado?
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Y pensar en todo el tiempo que malgasté!


No pará, pensándolo mejor...no es tiempo malgastado, supongo que estas cosas que pasan son para
hacernos más fuertes...
, de estas experiencias se nutre el alma, por así decirlo. El "poner la otra mejilla" en este caso sería para mí, mirar hacia otro lado, no olvidar, sino volver a ser quien yo era antes, nunca cambié, pero sí mi modo de estar. Para que se entienda mejor, paso de: "in love mode on" a "normal mode on". Ahora sí me siento con total libertad para bajar los brazos, y no intentar más.
Lo único que espero, es que Dios y el destino pongan en mi camino a alguien o algo que me haga feliz.

El fin, Adiós.

Me incliné, agachándome para tomar más impulso...

... y me tiré del acantilado.

Chillé mientras caía por el aire como un meteorito, pero era un grito de júbilo y no de miedo. El viento oponía resistencia, tratando en vano de combatir la inexorable gravedad, empujándome y volteándome en espirales como si fuera un cohete que se precipita contra el suelo.

¡Síííí! La palabra resonó en mi cabeza cuando atravesé como un cuchillo la superficie del agua. Estaba helada, aún más fría de lo que me había temido, pero eso únicamente acrecentó aquella sensación de subidón.

Mientras seguía bajando hacia las profundidades de aquellas aguas gélidas y negras, me sentí orgullosa de mí misma. No había sufrido ni un instante de terror; sólo pura adrenalina. En realidad, la caída no era tan escalofriante. ¿Dónde estaba el desafío?

Fue en ese momento cuando me atrapó la corriente.

Me había preocupado tanto por la altura del acantilado y por el evidente peligro de aquella escarpada pared que no había pensad para nada en las oscuras aguas que me esperaban abajo. Ni siquiera había llegado a imaginar que la verdadera amenaza acechaba debajo de mí, tras la hirviente espuma.

Sentí cómo las olas se disputaban mi cuerpo, tirando de él como si estuvieran decididas a partirlo en dos para compartir el botín. Sabía cuál era la forma de luchar contra la marea: mejor nadar en paralelo a la playa en vez de esforzarme por llegar a la orilla, pero ese conocimiento no me servía de mucho, puesto que ignoraba dónde se encontraba la orilla.

Ni siquiera sabía dónde estaba la superficie.

Las aguas furiosas se veían negras en todas las direcciones; no había ninguna luz que me orientara hacia arriba. La gravedad era omnipotente cuando competía con el aire, pero no tenía ni una oportunidad contra las olas. Yo no sentía su tirón hacia abajo, ni notaba que mi cuerpo se hundiera en ninguna dirección. Únicamente experimentaba el embate de la corriente que me llevaba de un lado a otro como una muñeca de trapo.

Luché por guardar el aliento en mi interior, por tener los labios sellados para no dejar escapar mi última provisión de oxígeno. El frío del agua me estaba entumeciendo piernas y brazos. Ya no notaba las bofetadas de la corriente. Ahora sentía más bien una especie de vértigo mientras giraba indefensa dentro del mar.
Me obligué a mí misma a seguir braceando y a patalear con más fuerza, aunque en cada instante me movía en una dirección diferente. No podía estar haciendo nada útil. ¿Qué sentido tenía? Ya no quería seguir peleando. Y no eran ni el mareo ni el frío ni el fallo de mis brazos debido al agotamiento muscular los que me hacían resignarme a quedame donde estaba. No. Me sentía casi feliz de que todo estuviera a punto de acabar. Era una muerte mejor que las otras a las que me habría enfrentado, una muerte curiosamente apacible.
Le estaba viendo a él, y no tenía ya voluntad de luchar. Su imagen era vívida, mucho más definida que cualquier recuerdo. Aunque los pulmones me ardían por falta de aire y las piernas se me acalambraban en el agua gélida, estaba contenta. Ya había olvidado en qué consistía la auténtica felicidad.

Felicidad. Hacía que la experiencia de morir fuese más que soportable.

La corriente venció en ese momento y me lanzó violentamente contra algo duro, una roca invisible entre las tinieblas. La roca me golpeó en el pecho con dureza, como una barra de hierro, y el aire escapó de mis pulmones y salió por mi boca en una nube de burbujas plateadas. El agua inundó mi garganta, me asfixiaba, me quemaba, mientras la barra de hierro parecía tirar de mí, apartándome de Edward hacia las oscuras profundidades, hacia el lecho oceánico. Adiós. Te amo, fue mi último pensamiento.

Pesadillas

Me encontraba muy, muy, muy sola.La brecha de mi pecho estaba peor que nunca. Me había creído capaz de tenerla bajo control, pero me encorvaba sobre ella día tras día, apretando los bordes y jadeando en busca de aire. Estaba tan ocupada fingiendo hacer cosas que el cruel vacío del día que me aguardaba por delante se me vino encima una vez que e hubo ido.
¡Cuánta suerte tenía de estar sola!

Sola. Repetí la palabra con macabra satisfacción hasta que me tendí en la cama, pero estaba demasiado alterada para albergar la esperanza de dormir. Me acurruqué con fuerza debajo del edredón y encaré los horribles hechos.No había nada que pudiera hacer. No podía adoptar ninguna precaución ni existía lugar al que huir. Tampoco había nadie que pudiera ayudarme.

Me sorprendía cada vez que abría los ojos a la luz de la mañana y comprendía que había sobrevivido a la noche. Una vez que pasaba esa sorpresa, se me aceleraba el corazón y las palmas de las manos me empezaban a sudar.

Le echaba muchísimo de menos.

Ya había sido bastante malo estar sola antes de verme atontada por el miedo. Pero ahora, más que nunca, anhelaba sus carcajadas despreocupadas y su risa contagiosa.

...

Cuando desperté a oscuras, no estaba segura de si acababa de empezar a llorar o había empezado mientras dormía y las lágrimas de ahora eran una prolongacón del llanto de mi sueño. Miré el techo en penumbra. Tuve la impresión de que era bien entrada la noche. Estaba medio dormida, tal vez casi del todo. Los párpados se me cerraron pesadamente e imploré un sueño sin pesadillas.

Dolor

Tenía la sensación de que me habían practicado una gran abertura en el pecho a través de la cual me habían extirpado los princpales órganos vitales y me habían dejado allí, rajada, con los profundos cortes sin curar y sangrando y palpitando a pesar del tiempo transcurrido. Racionalmente, sabía que mis pulmones tenían que estar intactos, ya que jadeaba en busca de aire y la cabeza me daba vueltas como si todos esos esfuerzos no sirvieran para nada. Mi corazón también debía seguir latiendo, aunque no podía oír el sonido de mi pulso en los oídos e imaginaba mis manos azules del frío que sentía. Me acurrucaba y me abrazaba las costillas para sujetármelas. Luché por recuperar el aturdimiento, la negación, pero me eludía.

Y sin embargo, me di cuenta de que iba a sobrevivir. Estaba alerta, sentía el sufrimiento, aquel vacío doloroso que irradiaba de mi pecho y enviaba incontrolables flujos de angustia hacia la cabeza y las extremidades. Pero podía soportarlo. Podría vivir con él. No me parecía que el dolor se hubiera debilitado con el transcurso del tiempo, sino que, por el contrario, más bien era yo quien me había fortalecido lo suficiente para soportarlo.

Por primera vez en mucho tiempo, no sabía lo que me depararía la mañana siguiente.
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Tiempo

Al final, tropecé con algo, me caí y me quedé allí tendida. Allí tumbada, tuve la sensación de que el tiempo transcurría más deprisa de lo que podía percibir. No recordaba cuántas horas habían pasado desde el anochecer. ¿Siempre reinaba semejante oscuridad de noche? Lo más normal sería que algún débil rayo de luna cruzara el manto de nubes y se filtrara entre las rendijas que dejaba el dose de árboles hasta alcanzar el suelo...

Pero no esa noche. Esa noche el cielo estaba oscuro como boca de lobo. Es posible que fuera una noche sin luna al haber un eclipse, por ser luna nueva.

Luna nueva. Temblé, aunque no tenía frío.

El tiempo pasa incluso aunque parezca imposible, incluso a pesar de que cada movimiento de la manecilla del reloj duela como el latido de la sangre al palpitar detrás de un cadenal. El tiempo transcurre de forma desigual, con saltos extraños y treguas insoportables, pero pasar, pasa. Incluso para mí.
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Acá estoy de nuevo frente a mis miedos.

Algunos son tangibles, conocidos y otros vienen para quedarse.