Pesadillas

Me encontraba muy, muy, muy sola.La brecha de mi pecho estaba peor que nunca. Me había creído capaz de tenerla bajo control, pero me encorvaba sobre ella día tras día, apretando los bordes y jadeando en busca de aire. Estaba tan ocupada fingiendo hacer cosas que el cruel vacío del día que me aguardaba por delante se me vino encima una vez que e hubo ido.
¡Cuánta suerte tenía de estar sola!

Sola. Repetí la palabra con macabra satisfacción hasta que me tendí en la cama, pero estaba demasiado alterada para albergar la esperanza de dormir. Me acurruqué con fuerza debajo del edredón y encaré los horribles hechos.No había nada que pudiera hacer. No podía adoptar ninguna precaución ni existía lugar al que huir. Tampoco había nadie que pudiera ayudarme.

Me sorprendía cada vez que abría los ojos a la luz de la mañana y comprendía que había sobrevivido a la noche. Una vez que pasaba esa sorpresa, se me aceleraba el corazón y las palmas de las manos me empezaban a sudar.

Le echaba muchísimo de menos.

Ya había sido bastante malo estar sola antes de verme atontada por el miedo. Pero ahora, más que nunca, anhelaba sus carcajadas despreocupadas y su risa contagiosa.

...

Cuando desperté a oscuras, no estaba segura de si acababa de empezar a llorar o había empezado mientras dormía y las lágrimas de ahora eran una prolongacón del llanto de mi sueño. Miré el techo en penumbra. Tuve la impresión de que era bien entrada la noche. Estaba medio dormida, tal vez casi del todo. Los párpados se me cerraron pesadamente e imploré un sueño sin pesadillas.

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